Hermosa pero decrépita [Libre]

Un paso, otro. Moviendo primero el pie izquierdo, luego el derecho. Con lentitud, con torpeza, era un andar roto, un andar quebrado, tanto como su alma.

No consiguió mantenerse en pie mucho más tiempo. Finalmente sus pies dijeron basta y la mano que tenía apoyada contra la pared se deslizó abruptamente hacia abajo, hasta chocar con el sucio suelo e aquél callejón. La otra mano no llegó a reaccionar y en su lugar el codo amortiguó la caída.
Los largos cabellos claros de aquella mujer se repartieron por el suelo y sus hombros y espalda, mientras finalmente se dejaba caer, volteando hacia arriba, a observar el cielo nocturno que se cubría en oscuras nubes que se burlaban de ella, una tras otra, sin dejar de mirarla.

-Patética... -musitó con voz débil.

Sin elevar su cabeza, dirigió su vista a sus talones, arrollados sobre el suelo. Uno de ellos estaba vendado, sangraba, todavía un poco. Intentó dirigir una mano hacia él pero eso le provoca más y nuevos dolores en todo el cuerpo. Se dió por vencida y se quedó quieta, volviendo a dirigir sus ojos hacia lo gris.

Era la única alma humana presente en ese sitio. Ni los botes de basura, ni los carteles viejos y rasgados, ni siquiera el sencillo vestido celeste y gastado que llevaba puesto, o la capa usaba casi todas las noches al salir del cabaret.

Completamente sola.

Sus ojos comenzaron a cerrarse en contra de su voluntad, y por más que de los abriera utilizando los últimos restos de sus fuerzas, ellos le ganaban, los parpados volvían a juntarse lentamente, una y otra vez. A sus lados, algo de rimel corrido descendía hasta las mejillas de la joven dama en penurias.

Su cabeza se hizo a un lado y una de sus mejillas probó el frío gusto del suelo. Sin control sobre si misma, completamente a la deriva y voluntad de sus sueños... ¿Sonaría con campos cálidos para contrarrestar el frío que le rodeaba aquella noche de primavera? ¿O acaso volvería al pasado? A aquellas luces y papeles brillantes cayendo como nieve alrededor de su infancia.

La noche, perfecta para un paseo de belleza.
El creía que su pálido y tétrico aspecto de muerto andante se nutría con la nocturna luz de la luna.

Eran días fríos, el invierno había llegado y las calles estaban desiertas; el rumor de una ciudad durmiente y las sombras de quejas que se escondían entre el metal a esperas del día. Que rayos importaba, era tétrica aquella vida en ese lugar y eso era lo que él amaba de La Nación, su decadencia.

Nady solo salía de noche.
-De noche.
Si, de noche, solo lo hacía en las noches o en los días también; ¿quien sabia la diferencia? Igual andaba por los callejones más oscuros u oculto bajo sombrillas y su gran sombrero destartalado de aterciopelada tela. Sus botas pisaban los charcos de humanidad que se escurrían de las paredes opacas de los edificios del progreso.

-Y las muertes…

Las muertes que él amaba y que siempre amaría. Él era la muerte, ese ángel que cuidaría del más allá de los habitantes en ese continente.
Una sonrisa tétrica, bajo la mirada y allí… en medio del callejón y de la noche, un alma que esperaba por su salvación. Se acercó sonriente.

Es un desmayo…

¿Lo es? ¡Lo es!
-Respondía a esas voces en su cabeza, a sus asesores, sus enfermeras imaginarias ya que él era un doctor. Recorrió con la mirada verde esmeralda a esa chica, tras su flequillo gris un mundo distinto donde la sangre de ese tobillo solo era una hermosa excusa que amplio más aun su sonrisa chueca. Sus uñas largas y negras se movieron cuando estiro sus dedos.

Llévala, llévala, llévala.

Le recogió sin esfuerzo; era liviana su “paciente” y ahora él la sostenía en brazos, siguió caminando… Calles abajo estaba el parque, su consultorio estaba muy lejos. Así que al encontrarse con una escalera en ese mismo callejón en esas calles se detuvo; sin cuidado alguno dejo a su carga allí, sentándola como si de una muerta se tratara en el frio metal oxidado de estas. Se quitó el sombrero y recogía su largo y plateado cabello en una semi-coleta a pesar de que su flequillo cubría su mirada, mientras silbaba.

Un pequeño copo caía primero sobre su cabeza, para luego deslizarse lentamente por el aire hasta sus pálidas manos. Su temperatura era agradable, le recordaba a las hogueras que encendían sus padres en compañía del resto de sus amigos en las noches más entretenidas de su vida.
La niña observó aquella pequeña esfera brillante y un susurró que apareció sobre su hombro hizo que desapareciera, sin dejar rastros alguno.

E-ra-un-ha-da -la persona sobre ella le era familia, femenina, delicada. Volteó pero a sus espaldas solo encontró oscuridad.
No, por aquí.
Volvió a voltearse, y a lo lejos, una mujer ataviada en brillantes telas blancas y carmesí se mecía sobre un columpio de circo, sus pies no tocaban el suelo y su piel lucía anormalmente blanca, como si su cuerpo estuviera compuesto por nieve.
La niña que arrastraba su largo y albino cabello abrió la boca.
No, no soy una princesa -la callaron antes de que llegara a decir palabra alguna.
Igualmente puedo llevarte lejos, muy lejos~
La voz de la mujer era suave como una canción de cuna, y a pesar de la distancia, la niña la sentía como si se las dijeran al oído.
La dama extendió una mano, sin dejar de sonreír apaciblemente, y al ver la invitación, la niña avanzó un par de pasos hacia adelante, lentamente, hasta trotar con saltitos. Se detuvo frente a la mujer, entonces descubrió que su rostro estaba cubierto por tiras de encaje, sin quitarle belleza.

¿Quieres venir conmigo?


-Llévame -inconsciente, su cuerpo se torcía como flor marchita en dirección al suelo frío que no sentía- Llévame lejos de esta pesadilla...-solo quien estuviera cerca podría oírla. Su helada boca apenas se abrió al pronunciar aquellas palabras, y los dedos se una de sus manos temblaban en un compás sin estructura, de repente se detenían, de repente se agitaban.

Al menos ahora no era el única alma humana en un sitio abandonado tiempo atrás, pero, ¿realmente podría calificarse de aquella manera a ese extraño sujeto cuyo cuerpo se extendía hacia arriba como un largo perchero?


La dama tomó la pequeña extremidad con ambas manos y la acarició con ternura.
Entonces vamos... Y... no te asustes...
La niña la miró extrañada.
Un pellizco llamó a su mirada, que se dirigió hasta uno de sus talones, que estaba bañado en rojo, y debajo de su pie, un charco de sangre se extendía cada vez más y más, mientras que la mujer que estaba frente a ella, se desvanecía, dejándola completamente sola en la oscuridad, una vez más.


-¡Noo! -comenzó a gritar inmediatamente después de golpearse contra el suelo, pero su cuerpo no se movía, sus ojos no se habían abierto, su boca era la única en ejercer actividad alguna- ¡No te vayas! ¡Llévame contigo!

De repente, se estiró y se contrajo inmediatamente. quedó echa un pequeño ovillo, y una de sus gastadas manos se dirigió a las vendas ensangrentadas que cubrían su talón.

Desvariaba, más el peligris se daba a su labor “humanitaria”.

La manera en que ella decía y murmuraba, soñaba o quizá los del más allá le hablaban. Se encogió de hombros, él sabía que podría ser una mística experiencia o una pesadilla horrible; ambas era deliciosas cual llovizna de granizo en carne expuesta.

Se terminó de recoger el cabello, usando esa trenza como nudo. Junto las manos y las uñas largas de nuevo marcaron rutas espeluznantes en el aire. Recorrió con la mirada a la chica que había dejado en la escalera frente a él. La escena fácilmente se pudo interpretar como una posible violación al momento en que empezó a escudriñar las piernas de ella con la mirada…

-Sangre, es sangre, su sangre…

Se agacho, quedando al nivel de las rodillas de la joven mujer. Alejo su mano inconsciente, esa mano que sostenía el tobillo ensangrentado, se relamió inevitablemente. Tenía hambre y la carne cruda era su preferida, pensó en morderle la herida…

-Sangre, detén la sangre, detenla, detenla, detenla.

Sus guías ordenaban. Quito la venda y un tobillo roto se vio a piel viva, se mordió los labios controlándose. Quito el zapato para rebuscar en su bolsillo algo que le pudiera servir.
-Despiértala…
-¿Despertarla?
-¡Despiértala!
La vio, estaba despierta en pesadillas según él, pero que podría saber si a su modo estaba loco. Levanto la mano larga, lánguida y pálida de uñas negras y alejándola un poco, propino una cachetada con fuerza innecesaria en el rostro inconsciente de la desafortunada paciente. No pensaba hacer más por despertarle así que inmediatamente, sin fijarse si había despertado, le movió el pie descalzo y un “crack” sonó, el hueso volviendo a su sitio y quizá para ella…

-El dolor…
-El dolor…
Repitió en un tétrico susurro, sonriente.

La oscura se volvió brillante como si una enorme llama se hubiese encendido sobre su minúsculo ser, y el dolor fue la primera sensación que golpeó su conciencia.
-¡Aagh! -gritó llevándose ambas manos directamente hacia su talón. Punzaba, pero poco a poco paraba...
Sus ojos se apretaban y ella se torcia de un lado al otro, sin estar acostumbrada a semejante sensación. Había salido lastimaba físicamente muchas veces en su vida -ni hablar emocionalmente.
Cada una de sus mejillas ardían, una por el frío, otro, por una causa desconocida. El invierno se acercaba, la mujer se preocupó de que estuviera nevando, pero no era así, no todavía.

Miró al cielo, apretando un poco los dientes por el dolor que todavía persistía.
-Yo no estaba aquí... -constató, y su vista bajó hasta su talón, cuya herida se encontraba expuesta al aire, se habían desatado las vendas que había improvisado momento atrás.
Unos dedos largos no escapaban de sus ojos, y al seguirlos, el trayecto no llevó más que a un hombre de una apariencia desconcertante, fantástica pero aterradora...
-N-n-n-o... -tartamudeó ella, intentando sentarse sobre el sitio en el que se encontraba, arrastrando la pierna herida sin doblarla, las vendas ensangrentadas se arrastraron por debajo de su piel.
¿Dónde se encontraba en realidad? ¿Acaso esa mujer no había sido más que un sueño? ¿Quién era ese hombre? Su perfil, su sonrisa, su largo cabello y su afinada y oscura silueta, no se asemejaba ni más ni menos que con el perfil de un ser vil, cruel y despiadado de algunas de las historias que le habían contado en antaño.

Pero ahora no había ningún héroe para rescatarlo.

Serene acomodó sus ropas y se las estrechó contra el pecho con ambas manos. Mientras miraba los ojos verdes de aquél sujeto, pensó por un instante. La mujer de blanco nunca le había dicho a dónde la llevaría. Pero ella conocía esas calles ¿Dónde estaba?

-¿Quién....eres...? -preguntó. Se sentía indefensa, y débil, con una herida que le quemaba una extremidad y que le dificultaba movilizarse. Ese hombre no era de confianza ¿Y si acaso estaba teniendo alucinaciones?

Sangre.
Sangre.
¿Cuánta había perdido? Aquél problema en el talón no era tan grande como para arrebatarle la vida, pero ella había caído inconsciente y no tenía constancia del tiempo que había pasado... El catálogo de personajes que atravesaban sus pensamientos, concluyeron en una factible opción.
-Acaso... ¿Eres la muerte...?

-No estabas… Pero ahora estas.
Respondió con esa voz tétrica que encajaba tan perfectamente con su imagen. Levanto el rostro, el cabello que ocultaba su mirada en esa oscuridad y el rostro de miedo de su “paciente”; era un alago verla retroceder mientras negaba. Adoraba que le tuvieran miedo pero no de manera implícita, era un gusto inconsciente que alimentaba su ego, su locura.

Como un espectador ante el show del dolor. Permaneció en silencio viéndole moverse y torcerse al ritmo que su sistema nervioso marcaba en su cuerpo. Espasmos que hacían mover el pie cada tanto y la sublime manera de arrastrarse…

No morirá… no, no, no lo hará.

Podría haberse alegrado en una circunstancia normal pero él amaba la muerte, ¡la muerte es perfecta! Pensó. Pero no sería testigo de ella en ese momento. Tendría que conformarse con ver como se arrastraba nada más.

La dejo preguntar una, dos veces. ¿Quién era él? Volvió a verle el pie y lo sostuvo con brusca atención, como si uno de sus cadáveres se tratara.

-Una mujer perspicaz.
Afirmo, ante la idea de que él era la muerte y verse descubierto a los ojos de esa mortal indefensa.
-Lo soy, también soy tu olvido y tu memoria.
Agrego, apretando por encima de la herida mientras ataba con firmeza las vendas al rehusarlas de manera más prolija. Atento a su labor, solo esa sonrisa siniestra se veía entre su cabello y el largo flequillo que ocultaba una horrible cicatriz que marcaba su rostro.

-Pero hoy no es tu noche, tu tiempo aun no llega. Una desdicha, pareciera.

Dijo sin verle, mientras apretaba la venda más y más. Cortándole la circulación un instante.
No hagas eso, no, no lo sigas haciendo.
Detuvo su mano y riendo con cinismo ante su acción, aflojo la venda… En el fondo, no era una mala persona, quizá solo estaba loco a su manera.

Sus prendas no eran más que un improvisado refugio frente a aquella presencia aterradora, y el ver como una enorme cicatriz le cruzaba el rostro no le otorgaba calma alguna.
Era la muerte.... ¿Al fín se la llevarían? Entonces... ¿Sí había una vida después de la vida? En todo caso, cómo podría llamársele vida a aquel estado de malagana e infortunios que manejaba a diario una joven como Serene. Estaba descuidada, pero no a tal punto de enfermarse de gravedad.
-¿Mi olvido y memoria...? -repitió las palabras en un susurro- ¿Te llevarás mis recuerdos? ¡Ah! ¡Para! -sus piernas patalearon de un lado al otro, intentando evitar el dolor que sentía sobre una de ellas. Si había golpeado al hombre, no estaba segura, y tampoco le importaba demasiado, pero se detuvo y aguantó por unos instantes el dolor al ver que volvían a colocarle las vendas sobre su herida.

¿La Muerte estaba siendo buena? Pronto esta le dijo que todavía su tiempo no llegaba... Entonces Serene estaba equivocada, no había perdido sangre como para morirse... Una enorme pena le invadió su pecho ¿Pero qué hacía pensando en dejarse morir? El suicidio nunca había sido una opción para ella, prefería probar la realidad antes que escapar de ella.

El dolor ahora se volvía insoportable.
-¡PARA! -gritó, y por ese instante pudo olvidarse de toda sensación. El hombre desajustó las vendas, entre risas.
Serene apretó los dientes y sus prendas con las manos.
-Eres... extraña... -dijo una vez que el dolor disminuyó, entre jadeos- No te pareces a como te dibujan entre las leyendas, y sinceramente... Yo ya no creía en tu existencia...

Si no era su tiempo, entonces no entendía qué hacía allí ¿Dónde era allí, en todo caso? La piel le ardía y su cabeza se quejaba... El dolor, el frío... eran reales, no podía estar soñando. Y si bien reconocía las calles por las que alguna vez transitó, tenía la sensación de que si caminaba hacia las sombras, estas terminarían tragándosela, la harían perderse en un laberinto eterno, y por él vagaría por siempre, coja, sangrando, dejando un rastro a sus espaldas.

Aún así, no sentía necesaria la presencia del otro.
Se puso de pie, pensando egoistamente e intentando mantener firme su poco orgullo, pero su talón no le respondía como era debido y cayó un par de escalones más abajo. No, no llegaría muy lejos en ese estado.
Se sentó como pudo en el suelo, retiró varios cabellos de su cara, y manteniendo la vista fija en su talón, se dirigió a la figura de negro.
-Está bien -reconoció su fragilidad- ¿A dónde debes llevarme?

Ya se había detenido pero los gritos, los amaba. Tentado a volver a apretar esa venda hasta que la piel se tornara violeta no desviaba su mirada de la herida más esas voces imaginarias, no lo hizo. Asintió de nuevo. Él se creía la parca, esa sombra de olvidos y recuerdos de las personas que desaparecían de la vida en ese plano del mundo.

-Gracias. –dijo levantándose para hacer una formal reverencia, era un halago que le dijeran sobre su rareza; esa rareza de la que el mismo estaba enamorado. La voz jadeante de ella era placentera, cual paciente con anestesia a medias que se resiste al dolor.
Levanto la mano, negando con el dedo y la uña larga y negra que inquietaba…
-¡Claro que no soy como me dibujan! Soy mas atractivo y apuesto… -sonrió chuescamente. Podría haberse ofendido con su comentario- Dudar es de humanos, pero al final sus desesperanzas les hace ceder ante mí, ante la muerte.

De algún modo era cierto, era el único agente funerario en toda la nación; era un comercio bastante denigrante ante la sociedad pero él no pensaba eso y adoraba ser un ángel de la desgracia sobre los demás.

Tomo su abrigo negro, sin dejar de verle con esa sonrisa inquietante de aberrado; enfermo mentalmente.

Esa joven frente a él, era acaso ¿un encargo del mas ala?; miro hacia arriba, soltándose la coleta que había atado para tratar a la chica y el grisáceo cabello se esparció en sus hombros como un manto de desilusión y tristeza hecha color; color que contrastaba con la sonrisa que no desaparecía de su expresión.

Sus almas no le hablaron, no debía hacer nada más por ella. Dio la vuelta para irse, pensaba dejarla tirada allí y no más que regresar a su agencia fúnebre a dormir una siesta en los cajones de madera que habían llegado, la opción de ataúd para los de estratos más bajos.

De reojo le vio levantarse y se detuvo, no se perdería ese espectáculo de frustración ajena. Cruzo los brazos viéndole.

¿Está bien? ¡Está perfecto! Y tu dolor es una delicia, ¿no es cierto? –pregunto volviendo acercarse, tocándole el talón con el dedo. Sin cuidado alguno y provocando los nervios heridos en puntos precisos de dolor.- Ya te dije, no es tu tiempo; que desdicha que no lo sea porque te verías impecable como un cadáver. Pero no es y aun no lo será. Aun así, Qué perfecto es el suplicio de saberte cerca del fin y no saber cuándo llegara. –una carcajada desde lo profundo de su garganta mientras volvía a levantarse. Inclinados sobre ella ahora y sujetándola.

La llevaría, ¿A dónde? No tenía idea, el mismo no tenía idea de que hacia caminando por allí ahora mismo y sus voces aun no le comunicaban nada. Entonces anduvo.

Iremos a la casa del incendio. –dijo sin más, sin razones reales. Quizá porque era el único lugar a esa hora donde podría ir sin que le sacaran y donde podría pasar un rato con su nuevo entretenimiento viviente, el cual cargaba.- Y hablaremos con los restos de las fogatas humanas que se incendiaron… -rio de nuevo- fueron brochetas ahumadas. –dijo con diversión, realmente si pensaba que morir en el fuego era una diversión envidiable para cualquiera en esa época.